Este pueblo de México celebra la Pascua entre fuego y enormes sombreros
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TETELA DEL VOLCÁN, México — Cada año, las serpenteantes calles de Tetela del Volcán se llenan de colores.
Cientos de lo que parecen vistosas orugas de tamaño humano deambulan por las calles de este poblado en el noreste del estado de Morelos, en el centro de México.
Los vistosos sombreros en forma de oruga, fabricados con pañuelos de papel, descansan sobre las cabezas de hombres y mujeres con máscaras de piel que representan rostros humanos con barba y bigote, ataviados con capas de colores adornadas con imágenes de Jesús y la Vírgen María. A los personajes que interpretan se les llama “sayones”.
Estos detallados disfraces, imitaciones de soldados romanos, forman parte de una entrañable tradición de Pascua que se remonta más de 350 años. Los residentes de la localidad, que se ubica en las laderas del volcán Popocatépetl, se preparan durante meses para la celebración de tres días en el fin de semana con el que concluye la Semana Santa.

“Es algo que nos da esencia”
“La tradición, es algo que nos da esencia”, asegura José Alfredo Jiménez, director de turismo y cultura de la localidad. “Es algo que nos caracteriza como pueblo originario, nuestra originalidad como tetelences, y nadie en México realiza algo así. Somos únicos”.
Jiménez indicó que la celebración surgió cuando los colonizadores europeos llegaron a Latinoamérica y trataron de convertir a las comunidades indígenas locales al catolicismo, a menudo valiéndose de representaciones teatrales sobre la crucifixión de Jesús, las cuales incluían a soldados romanos.
Con el paso de los años, la tradición creció y tomó su propia identidad, mezclándose con costumbres locales como muchas otras celebraciones de Pascua y Semana Santa en distintos lugares de América Latina.
Los sombreros de los sayones, cuyo objetivo es el de imitar los cascos que portaban los soldados romanos, forman parte central de la celebración, y se han vuelto cada vez más elaborados durante los últimos 25 años, ya que los residentes se esmeran por crear el diseño más llamativo.

Imitar los cascos de los soldados romanos
Los sombreros tenían penachos verticales del largo de un brazo cuando Jiménez empezó a participar en el desfile durante su adolescencia, pero poco a poco han ido creciendo hasta convertirse en tocados multicolores de 2 metros de longitud (6,5 pies) que se tambalean en la cabeza de quien los porta mientras marcha por las calles. Cada año, los residentes eligen nuevos colores para su disfraz, desde amarillos y rojos intensos hasta brillantes tonalidades en rosa y azul.
Este año, Eduardo Canizal, de 20 años, eligió una estructura de papel de tres puntas en rojo y negro, la cual sujetó a un sombrero vaquero negro y le añadió un cojín en la nuca para soportar el peso del tocado. Otros los sujetan a cascos de trabajadores de la construcción o con alambre.
“Cada año uno quiere hacer algo mejor, más grande, y ahí vamos”, señaló
Dijo que su sombrero tiene unos 900 pañuelos de papel, los cuales comenzó a cortar a mano hace poco más de un mes.
Poco antes de la procesión, Canizal se puso su capa de color rosado, sus botas de piel y su máscara y se dirigió al desfile.
“Pesa como unos 20 kilos (40 libras) tal vez, dijo mientras se tambaleaba para colocarse el tocado.

Personajes de la historia de la crucifixión de Jesús
Desfilan por las calles golpeando sus machetes —que se supone imitan las espadas romanas— contra el suelo. Otros se disfrazan de personajes cruciales de la historia de la crucifixión de Jesús, como Poncio Pilatos y Judas, quien es perseguido por las calles de Tetela del Volcán.
Jiménez asegura que es una celebración a la que el pueblo se ha aferrado, mientras que otras marchas de Pascua y demás tradiciones —como el Día de Muertos— se han visto inundadas por turistas, con frecuencia diluyendo tradiciones ancestrales.
En la procesión de Tetela participaron más de 1.000 personas este año, aseguró, pero de todas formas la celebración aún mantiene su toque local.
“Aún intentamos mantener este lado muy místico, la marca de Telela, dado que hemos visto otras actividades culturales que han sufrido un cambio, una transformación, no se decir si para bien o para mal”, subrayó Jiménez.
Las capas con imágenes religiosas son bordadas con delicadeza. Emilio Aguilar, de 20 años, comenzó a crear diseños intrincados con cuentas y lentejuelas desde julio.
“Lo haces poco a poco, en tu tiempo libre”, dijo, ondeando la suya que incluye una imagen de unos 60 centímetros (2 pies) de la Virgen María en la espalda.
Aguilar forma parte de un grupo de 12 amigos y familiares que visten disfraces idénticos con sombreros blancos o en colores pastel.
Todo arde en llamas
Todas esas labores literalmente arden en llamas al concluir los festejos de la Pascua.
El domingo por la tarde, los sayones dejan solemnemente un ramo de flores en la base de una iglesia de piedra, y luego suben a toda prisa por una ladera del volcán seguidos de paramédicos.
Mientras corren, vecinos, policías y niños que gritan les arrojan fósforos encendidos hasta que sus sombreros se encienden, a menudo entre gritos y aplausos de la multitud. Aunque las autoridades intentan confinar las llamas al interior de un estadio, las celebraciones no tardan en extenderse al resto del pueblo.
Es su manera de hacer penitencia durante la Semana Santa, dice Aguilar.
“Despues de tantos meses de trabajo, es un sacrificio de todos los esfuerzos que hicimos”, puntualizó.
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